Juan Lemuñir; de bala y cáncer una misma historia de lucha

Comparto está crónica escrita en relación a la partida de Juan Lemuñir Epuyao, nos conocimos en el trabajo político poblacional en dictadura. En los 90 volvimos a encontrarnos, compartimos nuestras diferencias políticas, nos unía la misma lucha de siempre. Compartimos la prisión política, nuestra identidad mapuche.

Hace unos días mataron a Juan. Lo mataron lentamente y él esquivó su destino durante años durante una vida entera. Tenía sangre de pewén, hijo de la araucaria y del viento colándose entre los yuyos de la toma. Creció en las calles polvorientas de la población La Victoria, luchó en la calle brava, en la encrucijada penumbrosa de una dictadura despiadada, sedienta de muerte, en todas sus formas y en todas sus estructuras.

Murió en las manos de los creadores de los dispositivos legales que alteraron el ADN que constituyen las sociedades justas e hicieron una cancha a su pinta, desplegaron la puesta en escena para asegurar que el rico ganara siempre más y el pobre, siempre, pero siempre, menos.

Algoritmo despiadado instalado a punta de miedo, de metralla en la frente, de catre eléctrico, de padre desaparecido, de madre violada. A buen entendedor pocas palabras: así cualquiera entiende lo que se debe obedecer.
Existen tantas formas de morir y también existen tantas formas de matar. Juan tenía cáncer, una enfermedad que no es completamente cubierta por nuestro sistema de salud. La industria farmacológica ha avanzado mucho desde que la democracia y sus promesas de alegría se instalaron en el poder. Muchos cánceres pueden ser curados y muchos otros cuentan con fármacos que brindan sobrevida, o sea, alargan la vida, retrasan la muerte que ante era inminente, pero eso es solo privilegio para ricos, no para el Pueblo llano.
Ante la opinión pública parece un atentado a la ética que los colegios tuvieran “ruletas” para elegir al azar quien puede entrar a engrosar la filas del establecimiento codiciado. Sistema funcional a una reforma que quería asegurar el ingreso sin poner barreras.
Resulta paradójico que el Pueblo anestesiado critique aquello pero no critique la “ruleta de la vida”. Cada año el Ministerio de Salud, selecciona que enfermedades van a ingresar a la Ley Ricarte Soto. Sí, es una ruleta, en donde algunos enfermos favorecidos ese año, saltan de alegría al ser beneficiados y otros mueren de pena al saber que no tendrán tratamiento para sanar o para poder vivir algunos años más. Bueno, así no más es. O tal vez no. Yo creo que no, que ya no, que basta.
En un país con recursos disponibles, la metralla instalada en nuestra memoria, acata despojada de lógica y apego a la vida, que los recursos sean para las fuerzas armadas y no para nuestros hospitales. Donde los hospitales se transformen en bodegas y mall comercial delante de nuestros ojos. Pagamos oficiales y no oncólogos, compramos armamento, pero no financiamos sobrevida, financiamos ejercicios de enlace, pero no tratamientos integrales para los pacientes.
Libramos una guerra con un enemigo que nunca vemos, la financiamos, mientras se muere en casa nuestra tía, nuestro padre, nuestro hermano.
Pero ya hacen 30 años que la democracia enclenque, la que hemos aceptado como ovejas ciegas y atemorizadas, se pasea por nuestras estrechas alamedas.
Juan Lemuñir murió porque las armas del dictador le metieron una bala en su cuerpo. Juan vivió con la dictadura en el cuerpo toda su vida, literalmente. Literalmente vivió con la condena a muerte pegada al cuerpo, con los días contados. Tenía cáncer pero por tener plomo en el cuerpo no podía hacerse una resonancia, por lo tanto, no se podía actuar.
Su cuerpo es una metáfora de cómo morimos, de cómo, de esa forma sofisticada , también el Estado sigue matando. En su cuerpo se despliega el legado de una dictadura, la misma que privatizó su salud y que contó con la complicidad de una democracia pactada que aceptó y tranzó, que indolente no se conmueve ante las mermas del stock, total, los compañeros en el poder siempre podrán pagar la salud privada, el medicamente caro, dentro o fuera del país. «>